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Deep Purple y el big bang del heavy metal.

Treinta segundos, ni uno más. Basta medio minuto de «Speed King», el tema que abre In Rock, para sentir la fuerza de una banda que ansiaba exhibir su proyecto musical. La batería poderosa de Ian Paice y la rabia eléctrica de la guitarra de Ritchie Blackmore, como animales salvajes a los que se quita el bozal tras varias semanas de castigo y dan rienda suelta a sus instintos. Una pura descarga de energía. Treinta segundos, decía, que son suficientes si se traza la comparación con el disco previo que el grupo había publicado once meses antes y evidencian un abismo musical, a un quinteto libre de cadenas que buscaba su libertad creativa.

Deep Purple dejaba atrás su pasado pop y establecía con In Rock, publicado en junio de 1970 y del que ahora se cumplen cincuenta años, los cimientos del sonido heavy y desbrozaba una senda de éxito que culminaría apenas tres años después con «Smoke on the water» y el legendario Made in Japan, antes de entrar en una de sus espirales autodestructivas, una constante en la banda durante los setenta. Medio minuto para renegar de su propio pasado.

Pongamos un poco de contexto. Deep Purple no nació a lomos de los acordes eléctricos de Blackmore y los gritos en falsete de Ian Gillan. Cuando en 1967 lanzan Shades of Deep Purple, con Rod Evans como cantante solista, Nick Simper al bajo, Blackmore con una Gibson semiacústica, Paice a la batería y Jon Lordal teclado, su sonido fluctuaba a ratos entre los Birds y Cream. Un guateque psicodélico a años luz del rock que venía arrollando.

Cambio de estilo

Casi por casualidad, su versión del «Hush» de Joe South se convirtió en un pelotazo inmediato en Estados Unidos, y los ingleses Deep Purple se vieron empujados a seguir alimentando un estilo comercial que no gustaba a todos. Pero llenaba los bolsillos y los tuvo en gira por América frenéticamente. Después del siguiente Book of TaliesynBlackmore y Lord son conscientes de que su música no evoluciona, y que Simper y Evans son un lastre del que se deshacen incluso antes de que su sello lance Deep Purple, su tercer álbum de estudio en julio de 1969. En esas fechas ya tienen nuevo cantante y bajista. Empezaba a escribirse la historia.

La reinvención de los Purple en In Rock tuvo dos nombres: Ian Gillan y Ritchie Blackmore. El primero, un cantante pescado con lazo de los Episode Six en 1969 y que aportó una vertiginosa dimensión vocal a las composiciones, el segundo, el guitarra que admiraba a Hendrix y quería explorar hasta dónde podía llegar. Uno y otro acabarían odiándose hasta límites insospechados («como te acerques a mi zona del escenario te atizo con la guitarra», llegó a amenazar Blackmore durante la gira del 72), pero de esa corriente de desencuentro nacieron tres discos para la historia, In RockFireball (1971) y Machine Head (1972). Faltaba un bajista, y Gillan se trajo de su anterior banda a Roger Glover. El quinteto mágico se cerraba.

Escultores de clásicos

El grupo no tenía composiciones propias cuando se reúne por primera vez al completo en el desangelado Hangwell Community Centre de Londres para ensayar, un local lleno de eco donde sonar bien era un milagro. A Blackmore solo le sale puntearse el «Fire» de Hendrix, y Glover y Paice le siguen. Ese día uno ya esculpen un clásico, «Speed King». El día dos, probando hasta dónde llega el registro agudo de Gillan, nace «Child in Time», seguramente la epítome del sonido Purple de esta primera época, y que mostraron al público en septiembre de 1969 en el Royal Albert Hall como aperitivo del Concierto para Grupo y Orquesta compuesto por Lord y que interpretaron junto a la Royal Philarmonic. La banda desvelaba su nueva personalidad, donde el rock más rabioso es capaz de fusionarse con una secciones de cuerda y viento sin perder su identidad. In Rock comenzó a grabarse en noviembre de 1969 entre los estudios IBC, De Lane Lea y Abbey Road y vio la luz el 5 de junio del año siguiente, con «Black night» como single exigido por su discográfica, Harvest Records, una filial de la casa EMI.

In Rock no es un disco de madurez sino un trabajo que la anticipa, la anuncia en piezas como «Flight of the rat» o «Hard lovin’ man». Puede que con esa pretensión de saber que lo que aquel LP contenía no era un álbum más, el quinteto se retrata para la portada en su particular Monte Rushmore, cincelados sobre la roca para perdurar.

Fuerza arrolladora

Con la banda tocando en directo con una fuerza arrolladora, encontrándose cómoda en las improvisaciones de Blackmore (ya amo y señor de la Fender Stratocaster), los desafíos vocales de Gillan y las teclas geniales de Lord, la creatividad bulle, y en apenas dos años nacen los discos de estudio que explican a los Purple y su fenómeno, que se mantiene vivo hasta nuestros días, cuando está anunciado nuevo disco para agosto —a pesar de que la banda protagonizó su «gira de despedida (Farewell Tour)» durante 2019—, ya como una diminuta sombra de lo que fue (a Gillan la voz le duró dos telediarios), pero todavía moviendo una legión de fans por todo el mundo.

Deep Purple, más que una banda, fue un universo que se expandió y contrajo según los momentos y las filias y fobias de sus miembros. Capaz de expulsar de su órbita a Gillan y Glover pero brillar como una estrella joven tras incorporar a David Coverdale (Whitesnake) o Glenn Hughes, e incluso de sobreponerse fugazmente a la marcha del ciclotímico Blackmore al planeta Rainbow, y que volvería al redil para una reunificación en los ochenta que acabaría, de nuevo, con bronca monumental con Gillan y despedida definitiva. El cantante, que lo llegó a ser (muy) brevemente de Black Sabbath, grabó la primera versión de Jesus Christ Superstar (declinó protagonizar la adaptación cinematográfica por estar de gira) y gozó de banda propia… Y así hasta los confines del humo sobre el agua en la orilla de Ginebra, por la autovía de las estrellas.

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