Me llevaron a la cárcel de InMashhad, al noreste de Irán, y me pusieron delante de un clérigo y de un juez que me acababa de condenar a cien latigazos por satanismo. Me quedé callado, resistí fuerte delante de esos bastardos. Unos soldados quisieron atarme a una valla para que no me cayera al suelo por los latigazos, pero me negué. Uno de ellos me dio 67 latigazos, y cuando se cansó, un compañero suyo me dio el resto hasta llegar a cien. Entonces, el juez dijo que algunos latigazos habían sido muy flojos, y ordenó que me dieran treinta más. Intentaron romperme por dentro, pero resistí. Cuando acabaron, simplemente les miré a los ojos y me marché».
Este espeluznante relato es de Meraj Ansari, miembro del grupo de metal iraní Master of Persia, que fue condenado por satanismo simplemente por ensayar con su banda en el sótano de un gimnasio. Es sólo uno de los muchos casos que se cuentan en el libro «Rock in a Hard Place» de Orlando Crowcroft, que analiza la cruenta guerra del fundamentalismo islámico contra este estilo de música en todas sus formas, desde el heavy, que es duramente perseguido, hasta el death, que directamente está prohibido. Ansari cayó presa de las autoridades iraníes tras la acusación del ayatollah Alam Alhoda, que los señaló como kaffirs (infieles o ateos, en árabe). «Cuando un gran mulah te acusa de kaffir, es que la cosa es seria», cuenta Ansari, que ha tenido que «desarrollar» su carrera musical casi en confinamiento, practicando a escondidas y grabando videoclips a distancia.
A Irán le han salido muchos kaffirs en los últimos años. El caso más reciente es el de la banda Arsames, cuyos miembros fueron arrestados la semana pasada «por formar una banda de metal satánico y estar en contra del gobierno islámico», y que ahora se enfrentan a una condena que puede llegar a los quince años de prisión. Han pagado la fianza y ahora están en libertad a la espera de juicio. Pero ellos tocan death metal, así que lo tienen bastante crudo. Aunque sus letras hablen mayormente sobre mitología persa.
En 2014 les tocó a los músicos del grupo Confess. Dos de ellos fueron condenados a 74 latigazos y doce años y medio de prisión, y tuvieron suerte: la Guardia Revolucionaria que los detuvo en sus casas había pedido la pena de muerte «por promover la blasfemia, insultar al Líder Supremo y estar en contra del sistema». Les salvó una suerte de vacío legal de la Sharia (Ley Islámica): «Si insultas a Mahoma, serás ejecutado, porque está muerto y no puede defenderse así mismo. Pero si blasfemas y cuestionas la existencia de Dios, Él puede perdonarte. Por eso no seremos ejecutados», explicaron los músicos, que afortunadamente pudieron escapar antes de recibir la sentencia. Los dos pagaron una fianza equivalente a 30.000 dólares para permanecer en libertad, y en cuanto tuvieron oportunidad huyeron del país y pidieron asilo en Noruega, donde siguen viviendo y tocando música actualmente.
Sin embargo, parece haber excepciones. Grupos metaleros como Deathtune o Calibre ensayan en Teherán, dan conciertos de vez en cuando en salas pequeñas y aseguran que sólo hay que pedir los permisos correspondientes y ser respetuosos con las letras. En definitiva, lo que en el mundillo se conoce como ser unos heavies de pastel.
Guerra a muerte
Capítulo aparte merece la guerra del islamismo más extremo, el de grupos terroristas como Isis, contra la música en general. Desde los atentados en la sala Bataclán de París y el Manchester Arena durante los conciertos de Eagles of Death Metal (un grupo de rock y no de metal, pese a su nombre) y Ariana Grande, a las amenazas a la banda californiana Allah-Las para sabotear su actuación en Rotterdam, los fundamentalistas han dejado claro que la música es su enemigo, y que ningún artista está a salvo. Así de claro se lo dejaron al rapero jamaicano Sean Paul, cuando le enviaron esta amenaza de muerte días antes de dar un concierto de Nochevieja en las islas Maldivas: «Sean Paul, si visitas Maldivas el mundo verá tu cuerpo quemado y cubierto en sangre. Sean Paul, que pretende unirse a la celebración de Año Nuevo de 2014, es el mayor infiel». Evidentemente, canceló el espectáculo y se quedó a salvo en su mansión. Pero desgraciadamente, las víctimas a veces están completamente indefensas: En Irak, el ISIS decapitó a un niño de quince años por cometer la osadía de escuchar música pop en su móvil.
En las filas del terrorismo islámico sólo se permite un tipo de música, llamada nasheed. Según informó el diario The Times, los servicios de inteligencia estadounidenses y europeos llevan años detectando que las canciones de varios grupos de este tipo creados por grupos terroristas, como Soldados de Alá, están actuando como vehículo de adoctrinamiento de los jóvenes contra Occidente. Sus letras enseñan a los jóvenes musulmanes las virtudes del yihadismo con canciones sobre la guerra en Irak, la opresión de los musulmanes y el ideal de un nuevo Estado islámico. E increíblemente, son muy fáciles de encontrar en internet.